miércoles, septiembre 26, 2007

Cap. 2. Una víbora entre la lasaña.

-Se esconden entre las malas hierbas. Tú no las ves, pero están ahí. Te pones nervioso buscándolas y un escalofrío recorre tu cuerpo cada vez que algo te roza los tobillos. Pero te cansas de estar alerta, y al final, desesperas, bajas la guardia y cuando te quieres dar cuenta, su veneno esta en tu sangre y ellas salen tranquilamente de la horma de tu zapato.

Eso es lo que le decía su padre a Romeo cada vez que paseaban por su huerto de Sicanno y se le había olvidado ponerse las botas de caña alta. Siempre había sido una persona poco precavida, inquieta, con la lengua más rápida que el cerebro, y eso le costaba algún disgusto.

No sabía cómo le habían venido a la cabeza aquellas palabras, justo cuando iba a toda velocidad por las calles de Chicago en el Mustang de la familia para darle la noticia al Padrino. Romeo estaba muy afectado por lo de Jimmy, y titto Pablo no le ayudaba mucho. No era lo que se dice un hombre hablador. Su rostro enjuto de pómulos salidos era siempre inexpresivo, y sus pobladas cejas eran una defensa perfecta contra miradas curiosas.
-El Padrino no estará ya en casa. Espero que por lo menos esté “Il Picco” y así joderle unos billetes hasta que llegue.
Aparcaron y entraron en la mansión de ladrillo grueso cubierto de una verde y frondosa enredadera.

Doña Claudia, la mujer del Padrino, salió a recibirles.
-¡Romeo! ¡Cuánto tiempo hará que no pasas a ver a la vieja Claudia! ¿Te trata bien este viejo gruñón? ¡Andar, andar! Pasar a la cocina, esta mañana me han dejado sola. ¡Ya nadie se acuerda de la pobre Claudia!-mientras titto gruñía por haberse quedado sin su partida de póker, Romeo observaba a la mujer del Padrino. Una señora no demasiado obesa para su edad. De pelo negro, liso y muy brillante. Los rosados mofletes que adornaban su cara alargada daban una idea de la vitalidad que todavía guardaba. A Romeo siempre le había parecido una mujer peculiar. Aparentemente tan frágil, tan al margen de todo lo que ocurría en aquella casa, que hasta le parecía sospechosa.
-Pablo, ¿Has desayunado? ¿Quieres una lasaña recién hecha?-dijo Claudia, sabedora de que titto era un hombre de buen comer.
-Ya sabes que desayuno poco…pero dame un trozo, sólo por probar.
-Romeo, ¡Hijo! Coge tu otro anda.-Y la señora se quedó mirando de forma extraña a Romeo, como esperando algo, pero de una forma muy sutil. Sólo Pablo se dio cuenta.
-No, gracias de verdad, pero es que esta mañana no tengo muy buen cuerpo.-Respondió Romeo con voz entrecortada.
La mujer del Padrino dio media vuelta gesticulando una sonrisa que nadie pudo ver. Dejó la lasaña en la encimera y se fue de la cocina, como la víbora que sale de la horma de un zapato.

El padrino llegó media hora más tarde y Romeo y titto Pablo le contaron lo sucedido. Martin Morzzini y sus hijos criaban malvas en el fondo del mar, casi como el bueno de Jimmy.
Ya por la noche, el Padrino hablaba con su mujer de lo acontecido.
Por segunda vez en aquel día, Doña Claudia se enteraba de que Jimmy “B” había cumplido con su último encargo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

grande bonnasera
para variar virguerías y aspereza contundente. chap0

el mendigo español